Hoy es el día contra la violencia de género, dicen los incultos a los que se le llena la boca de extranjerismos cuando en español hay expresiones de sobra para designar lo mismo. O sea, en román paladino, el día internacional contra la violencia ejercida sobre la mujer. Una jornada dedicada a algarabías varias, lamentos mil y, sobre todo, confusión, mucha confusión. Y como hay que evitar el axioma (de origen nazi: lo inventó el siniestro Goebbels, máximo responsable de la propaganda de un régimen que llevó a los judíos al Holocausto y al mundo entero a la guerra) de que una mentira repetida mil veces se coniverte en una verdad, conviene aprovechar la jornada para insistir en unas cuantas reflexiones.
La primera de ellas es que no cualquier violencia es repudiable. A veces se trata de un mal menor. Por ejemplo, la violencia defensiva. Hasta la conservadora Iglesia católica comprende que un pueblo se alce en armas en caso de genocidio. Así pues, no toda violencia merece la condena automática. Y no hace falta poner ejemplos.
La segunda, que, aparte ese escenario, la mayor parte del mundo civilizado -y el administrador de este blog el primero- repudia la violencia física ejercida en el ámbito de la familia, por lo general contra la mujer.
La tercera, que ese repudio hay que extenderlo siguiendo los criterios que instaura la Revolución Francesa y que dan lugar a lo que conocemos como Derechos Humanos: sin discriminación de sexo, color, raza o religión. Es decir, tanto hay que combatir la violencia contra ellas como contra ellos. El administrador sabe de lo que habla puesto que sufrió en carne propia, y en tres ocasiones, esa violencia sexista doméstica (obviamente, no con su actual pareja), sin que le dé más importancia que la de un lance del juego como se lleva una patada un futbolista, que salió al campo a dárselas al balón, no al adversario.
La cuarta, que, visto que existe tanta concienciación en el tema, sería bueno emprender acciones decididas en ese sentido y exigir que una ley profundamente sexista como la comúnmente denominada de Violencia de Género debe ser abolida de inmediato en un país democrático, en cuanto hace distinciones entre uno y otro sexo. Si la ley estuviera redactada en el sentido opuesto -sancionar y castigar más a las mujeres que a los hombres por una misma acción- el mundo entero (el civilizado) estaría clamando al cielo. De hecho, existió en el franquismo (se sancionaba con cárcel a la mujer adúltera y se dejaba en total libertad al hombre).
La quinta, reconocer el fin de una tendencia retrógrada como es el multiculturalismo y que lleva a respetar las costumbres y tradiciones de aquellos que se asientan en los países desarrollados buscando una vida mejor que en los propios. Una cosa es el respeto por sus derechos laborales y cívicos (que este administrador reclama con la máxima energía) y otra el ampararse en esas tradiciones y costumbres para minusvalorar a la mujer, obligarla a cubrir la cabeza (caso de los musulmanes) o practicar ablaciones de clítoris. La única respuesta es la represión inmediata sobre los actantes responsables (hombre en unos casos, mujer y hombre en otros) y la intensificación de esfuerzos para la integración y asimilación posterior de los que llegan de fuera a trabajar.
La sexta, celebrar que España se encuentra entre los países donde menos se ejerce violencia contra la mujer, si bien ellos no debe transformarse en la acomodación a una situación que siempre es, y debe ser, mejorable.
La séptima -y última, aunque está claro que se puede seguir- indagar con seriedad en las causas de la violencia. Las estadísticas en España son secretas de facto. Hay que saber -porque así se podrá investigar y debatir, y en suma, avanzar- qué importancia tiene la extracción social de los agresores, cuál es la distribución por profesiones, cuáles son las edades más conflictivas, en qué zonas, qué tanto por ciento de inmigrantes están implicados en casos de violencia doméstica, cuál es el censo de asociaciones que luchan contra la violencia contra la mujer, cuál es el censo de asociaciones que luchan contra la violencia contra el hombre, qué influencia tienen en todo ello los videojuegos y, sobre todo, hay que estudiar lo que parece que es uno de los detonantes: la ley de Divorcio.
En efecto, una ley de Divorcio tan profundamente sexista que se convierte en un próspero negocio para las mujeres, que permite que los hombres sigan pagando casi todo su dinero -y que una década después del divorcio no puedan comprar sin temor un coche mejor que el que tenían, por ejemplo- hasta que los hijos se independiecen (¿qué quiere decir eso en tiempos de crisis? La media antes de la crisis era los 28 años) mientras en toda Europa se paga hasta los 18, mayoría de edad, tiene que ser denunciada por mujeres y hombres y retirada cuanto antes. Si es que se quiere reducir la violencia contra la mujer, claro. Si de lo que se trata es de practicar el plañiderismo en un día como hoy, ese ya es otro cuento. Y ahí no va a encontrar nadie a este administrador.
Comentarios recientes